Motivada por la envidia, Melissa comenzó a buscar una forma de deshacerse de Jessica. Fue entonces cuando recordó los rumores que corrían sobre una mujer en las afueras de la ciudad. Una bruja vudú conocida por ofrecer soluciones a cualquier problema, sin importar cuán oscuro fuera. Una tarde, tras asegurarse de que nadie sospechaba de sus intenciones, Melissa acudió a la bruja.
La mujer la recibió en una cabaña oscura, llena de velas, hierbas secas y extraños amuletos colgando de las paredes. Sin decir mucho, la bruja escuchó a Melissa y, tras un largo silencio, le entregó un pequeño estuche que contenía dos anillos idénticos.
—Estos son los anillos de Kandar. —Le explicó con una sonrisa inquietante. Quien lleve uno podrá controlar el cuerpo de quien use el otro. Pero ten cuidado, advirtió la aterradora mujer.
—“El poder siempre tiene un precio”.
Melissa apenas escuchó la advertencia. Estaba cegada por la oportunidad de vengarse. Al día siguiente, encontró la forma de regalarle discretamente uno de los anillos a Jessica, fingiendo que era un gesto amistoso para fortalecer su relación laboral.
Jessica aceptó el regalo con una sonrisa, sin sospechar las maquiavélicas intenciones ocultas en aquel obsequio. Más tarde, Melissa al salir del trabajo y por las prisas de llegar a casa para ejecutar su plan, dejó el anillo en su escritorio por descuido. Descuido que le costaría mucho.
Esa misma noche, mientras la oficina estaba desierta, Fausto, el guardia nocturno, escuchó un ruido extraño. Era un zumbido bajo, acompañado de lo que parecían pasos ligeros que resonaban en los pasillos vacíos. Intrigado y algo nervioso, siguió el sonido hasta llegar al escritorio de donde provenía el sonido. Allí, encontró un pequeño estuche que emitía un resplandor verde, como si algo en su interior estuviera vivo.
Con cautela, Fausto abrió el estuche y vio el anillo brillando intensamente. No entendía lo que veía, pero algo en el objeto lo fascinaba. Era como si el anillo lo llamara, invitándolo a ponérselo. Antes de que pudiera hacerlo, la voz de Marcos, su compañero, lo sacó de su trance.
—¿Qué haces ahí, Fausto? —preguntó Marcos, entrando al despacho con una linterna en la mano.
Fausto, visiblemente sobresaltado, guardó el anillo en su bolsillo, dejando el estuche en el escritorio. —Nada, solo estaba revisando un ruido raro —respondió, intentando sonar despreocupado. Los dos guardias terminaron su ronda y regresaron a su caseta de vigilancia.
Mientras la noche avanzaba con su inquietante calma, como era habitual para él, Marcos salió a fumar un cigarro. Fausto se quedó solo en la caseta, con el tenue zumbido de las lámparas fluorescentes como única compañía. Fue entonces cuando su mano se deslizó instintivamente hacia su bolsillo, recordando el anillo que había encontrado momentos antes.
Sacó el anillo con cuidado y lo sostuvo bajo la luz. Este emitía un extraño brillo, como si tuviera vida propia. Fausto sintió un impulso inexplicable, una voz en el fondo de su mente que lo incitaba a ponérselo. Sucumbiendo ante el impulso, con un ligero temblor en los dedos, se puso el anillo.
En ese instante, una sensación de vértigo lo invadió, como si el suelo bajo sus pies temblara. Las luces parpadearon y de pronto, todo a su alrededor se volvió oscuro. Sintió como si su mente fuese absorbida por un vórtice; pareció caer en un profundo sueño.
Ohhhhh un buen inicio!!!!
ResponderBorrarYa quiero parte 2!!
Ya pronto vendrán.
BorrarMe gusta, un gran inicio con gran narrativa
ResponderBorrarMuchas gracias
BorrarHola haces peticiones
ResponderBorrarClaro, podríamos tardar un poco pero, dime qué tienes en mente?
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