Cuidado con tus palabras... - El Caos Universal



La discusión había sido grotesca. De esas que revientan vasos contra paredes y acaban con lágrimas contenidas tras ojos de odio. Myriam, altiva, hermosísima en su rabia, se cruzó de brazos frente a Dave, la mandíbula tensa como si quisiera morderlo, y él… bueno, él soltó esa frase.

—¡Tienes cerebro de pollo! —gruñó, la voz desgarrada por ese veneno masculino, ciego, rabioso.

El silencio que siguió no fue humano. Fue algo… cósmico. Algo raro. Como si el universo hubiera soltado un eructo de puro hartazgo.

Esa noche no se dijeron ni una palabra más. Ella dormía en el sofá; él en la cama, resoplando como si hubiera ganado algo.

Hasta que llegó el amanecer.

Y con él, el caos.

Dave se despertó entre sábanas revueltas y un olor peculiar: algo entre plumas húmedas y perfume de vainilla. El sol entraba a chorros por la ventana y justo al girarse… la vio. O creyó verla.

Myriam. Desnuda.

Pero no estaba dormida. Estaba sobre sus rodillas, sobre el colchón, picoteando una de las esquinas como si buscara maíz invisible, emitiendo un agudo:

—¡Poc-poc-poc! ¡Pocaaa! —con entusiasmo adorable y demencial.


Sus brazos se agitaban espasmódicamente, imitando alas. Sus ojos, normalmente llenos de juicio y desafío, ahora estaban amplios, redondos… sin juicio, sin pasado. Una mirada de gallina encarnada en la cara de una diosa.

Dave se congeló.

—¿Myriam? —murmuró, apenas audible.

Ella lo miró. Ladeó la cabeza. Le picoteó la mejilla. Suave, como una caricia rara. Cacareó de nuevo.

Y entonces se estiró, como un ave lo haría, alzando el pecho, marcando los pezones tiesos por el aire matinal. Las piernas, largas, torneadas, se abrieron mientras ella se arrodillaba en el borde del colchón, sacudiendo los muslos como si fuesen plumones y rascándose la nalga con una torpeza angelical.

Dave retrocedió. Horrorizado. Fascinado.

—¡No, no, no... esto no tiene sentido!

Pero sí lo tenía.

La televisión, más tarde, lo confirmó: “Una ola de intercambios aleatorios ha sido reportada globalmente. Gente despertando en cuerpos de otros, animales, objetos. Se desconoce el origen.”

Dave no escuchó más. Tenía una ex-novia-gallina que se paseaba desnuda por su casa con el cuerpo más perfecto que jamás había tocado, y el alma… de un ave sin pudor. Sin razón. Sin filtro.

El caos no estaba en el mundo. El caos estaba en su salón.

Porque Myriam lo seguía. Lo olisqueaba. Lo buscaba con la cabeza ladeada, pegando los pechos contra su espalda cuando se sentaba, ronroneando ese cacareo suave que se sentía… jodidamente tierno.

Y luego vino el primer “picoteo” en la entrepierna.

Accidental, quizás. Pero Dave se tensó como si le hubieran puesto fuego entre las piernas. Ella cacareó alegre. Volvió a intentarlo.

Y Dave…

No se alejó.

Pasaron los días. Dave intentó buscar una solución. De verdad. Habló con científicos, con espiritistas, con locos en foros de Reddit que decían tener a su abuela atrapada en un gato siamés. Pero todo volvía a lo mismo: nadie sabía cómo invertirlo.

Mientras tanto, Myriam se convertía en algo más.

Dormía sobre él, enroscada, el rostro apacible. Su aliento cálido. A veces, en medio de la noche, se despertaba y lo “despertaba” también, picoteándole el pecho, montándose sobre él con movimientos ridículos pero llenos de fricción, cacareando mientras frotaba sus caderas sin entender la mecánica, solo siguiendo un instinto maldito que la llevaba a marcarlo como suyo.

Y Dave… caía.

Día tras día.

En una espiral de deseo sin lógica.

Myriam ya no era Myriam. Pero era más peligrosa así. No discutía. No criticaba. Solo lo miraba con devoción animal, con una lujuria inconsciente. Como si el universo, en un acto cruel de justicia poética, le hubiera entregado justo lo que deseaba: una mujer que no pensara, que lo adorara, que no dijera “no”.

Una mujer que lo cacareara al clímax.

Y eso… lo aterraba. Porque empezaba a gustarle demasiado.

Dave se quedaba despierto por las noches, viéndola moverse desnuda por la casa, agitando sus “alas”, cantando al amanecer. A veces, lloraba. A veces, se tocaba mientras ella dormía enroscada como un nido sobre su regazo. El placer y la culpa se mezclaban como un cóctel nuclear.

Una noche, mientras ella lo montaba con movimientos torpes, haciendo ruiditos felices, Dave la abrazó con fuerza, y le susurró:

—Perdóname… pollita.


Ella cacareó dulcemente.

Y algo, en su interior, se quebró.

Comentarios

  1. Me alegra que alguien tocó el tema, el caos universal es impredecible

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