Los Anillos de Kandar - Capitulo II



Capítulo II


De repente, Fausto abrió los ojos. Se encontraba en un lugar desconocido, un baño iluminado por una luz blanca. La confusión lo golpeó con fuerza. Todo a su alrededor le resultaba ajeno. Intentó moverse, pero su cuerpo se sentía extraño.

Con el corazón acelerado, miró hacia todos lados, dando frente a él con un espejo. El reflejo que vio lo dejó paralizado. Frente a él, no estaba su propio rostro; en su lugar, observó a una mujer joven con cabello rojo y ojos brillantes. Tocó su rostro y, con horror, vio como la mujer en el espejo imitaba cada uno de sus movimientos.

Observó sus manos delicadas. “¿Qué mierda?”. Exclamó, pero la voz que salió de su garganta tampoco era la suya; era suave y femenina.

Volteó a su alrededor; todo le resultaba desconocido. "¿Cómo carajos llegué aquí?". Se preguntó mirando atónito el rostro que había reflejado en el espejo mientras tocaba sus mejillas con aquellas delicadas manos.

"¿Qué mierda pasó?". Murmuró de nuevo, escuchando esa misma voz femenina, aunque con un tono similar al suyo.

"Y esta puta vieja, ¿quién es?". Se preguntó en voz alta, abruptamente desconcertado y con una expresión de total incredulidad.

Lentamente bajó la mirada, notando que su cuerpo estaba completamente desnudo y, de un momento a otro, su semblante cambió. 

—No me jodas. Esta puta está bien sabrosa. Murmuró con un tono vulgar y sin más comenzó a tocar su cuerpo de forma lasciva, frotando sus delicadas manos contra su suave piel y bruscamente estrujando sus pechos.

—Qué pinches tetas enormes y ricas tiene esta pendeja —dijo mientras rudamente masajeaba sus enormes pechos, notando cómo sus pezones comenzaban a endurecerse.

—¡Puta madre! Mira nada más; tus pinches pezoncitos ya se pusieron bien parados. —Cómo se nota que te gusta que te manoseen las tetas —soltó, sonriendo perversamente.

—Nada más con tocarte te pones bien cachonda, hija de tu puta madre. —Añadió con una expresión bastante ruda que desentonaba con su delicada voz femenina, mientras pellizcaba sus pezones.

De repente, un destello de placer lo paralizó. El roce de sus dedos contra sus sensibles pezones lo hizo experimentar un breve shock y, al instante, sintió su entrepierna húmeda.

—¡No mames! ¿Qué vergas fue eso? —dijo con una cara de asombro.

Bajó la mano y abrió las piernas, colocando sus dedos en su zona íntima. Sintió un leve pero delicioso cosquilleo al mismo tiempo que notaba cómo un líquido chorreaba entre ellos.

Rápidamente levantó la mano y la llevó frente a su rostro, observando el fluido impregnado en sus dedos escurrir. Atónito, acercó la mano a su nariz y aspiró profundamente. Una mueca de satisfacción perversa se dibujó en su cara.

—¡Qué puta delicia! —El olor de la pucha de esta zorra es asombroso.

Dijo mientras llevó los dedos a su boca y saboreó los fluidos, limpiando cada gota con su lengua.

Con rapidez, volvió a llevar su mano hasta la entrepierna y, bruscamente, introdujo sus dedos en su vagina. Un gemido de placer intenso brotó desde lo más profundo de su ser, rompiendo el silencio del momento. El abundante líquido vaginal escurría entre sus dedos.

Repentinos espasmos de placer hicieron temblar sus piernas. Tambaleante, tuvo que sostenerse del fregadero para evitar caer. 

Levantó la vista y observó el rostro de aquella mujer reflejado en el espejo: sus pupilas dilatadas, sus mejillas rojas y sus labios rosa de los cuales escurría algo de saliva. Una expresión de placer y una mirada aterradoramente morbosa, mismos gestos que parecían excitarlo aún más.

Fausto jadeaba, apoyado contra el fregadero, mientras observaba el rostro de aquella mujer reflejado en el espejo. La satisfacción en sus ojos, mezclada con una sensación de incredulidad, lo desconcertaba, pero al mismo tiempo lo volvía loco. Si era un sueño, era el mejor sueño que había tenido jamás.

Una vez que logró recuperar el aliento, se incorporó y temblando, salió del baño. Sintió el aire acariciar la piel de su cuerpo desnudo, provocando que sus pezones se pusieran aún más duros. La sensación era extraña, pero terriblemente placentera. 

Tambaleándose, avanzó por el pasillo hasta llegar a una habitación. El cuarto estaba tenuemente iluminado por la luz de una lámpara sobre el buró, junto a la cama. Sin pensarlo, se dejó caer sobre el colchón. Cada movimiento de su nuevo cuerpo era una descarga electrizante.

Miró a su alrededor y notó algo extraño en su mano izquierda, un peculiar anillo. Al verlo, inmediatamente supo que, lo que fuese que estuviera ocurriendo había sido causado por aquel misterioso objeto.

Contemplando a su alrededor, notó un bolso sobre el buró. Lo tomó y comenzó a hurgar en su interior, buscando cualquier información que pudiera resultarle útil. Entre los objetos, encontró una identificación.

—Jessica… Este es el nombre de ésta putita.

Murmuró con esa delicada voz femenina que él hacía sonar tosca y burda.

De pronto, una perversa idea se presentó fugazmente en su cabeza. Se sentó en la cama, tomó un respiro y trató de pronunciar algo, pero balbuceó torpe y forzadamente. La emoción y el nerviosismo traicionaban sus turbias intenciones. Soltó un suspiro, tratando de apaciguar su acelerado corazón y carraspeó suavemente para aclarar su garganta.

—Fausto, papi, quiero que te corras sobre mí y llenes mi carita de zorra con tu deliciosa lechita. 

La voz de aquella mujer brotó con un tono sexy, aunque levemente forzado; como si no fuese algo totalmente natural en ella.

Al oír el obsceno vocabulario, salido de tan hermosa voz, de nuevo se dibujó una malévola sonrisa en el rostro de aquella mujer. En su interior, Fausto disfrutaba del espectáculo, tremendamente excitado al obligar a Jessica a pronunciar tan vulgares palabras.

—Fausto, papito, correte en mis ricas tetas, son todas tuyas. Haz feliz a esta putita. 

Mientras lo decía, apretaba su busto salvajemente, dando pequeños saltos; las hacía rebotar golpeándolas contra su pecho.

—Qué chingonería de tetas tiene esta pendeja… Perfectas para poner mi verga entre ellas.

Dijo, soltando una risa mientras sus dedos jugueteaban con sus pezones endurecidos, provocando que leves gemidos involuntarios salieran de ella.

—Papi, trae tu enorme verga, tengo ganas de hacerte una rusa con estas pinches tetotas. 

Esas palabras hicieron que el cuerpo de Jessica se volviera a excitar, de tal manera que, nuevamente, los fluidos de su vagina comenzaron a chorrear. Fausto notó esto al instante. 

—Mira nada más, se ve que te encanta hablar como puta. Ya te pusiste bien cachonda, hija de tu puta madre. Tu puchita está pidiendo mi verga a gritos.

De nuevo se escuchó la voz femenina de Jessica, pero con ese tono áspero que podría atribuírsele a Fausto.

Jessica se expresaba de manera vulgar, algo que era totalmente ajeno a ella, pero ahora parecía completamente normal y parte de sí.

La pervertida mente de Fausto se había mezclado perfectamente con la de Jessica. Corrompiendo sus pensamientos, su cuerpo y haciendo suyos sus morbosos deseos e involuntariamente dejando impregnada una parte de sí, en ella.




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