Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.
Lo que luego llamarían El Gran Cambio no vino con advertencias ni explicaciones. Solo un destello, blanco y absoluto, que cubrió el cielo como una tormenta solar sin sonido. Fue cuestión de segundos. Luego, el silencio. Un silencio tan profundo que parecía que el mundo se hubiera detenido.
Yo estaba en casa, viendo televisión con mi familia. Algo habitual. Mi padre —Alfredo, 43 años, contador— discutía con mi madre, Claudia, sobre qué serie ver. Mi hermano pequeño, Roberto, dormía abrazado a su osito. Todo era relativamente normal. Y entonces… el destello.
Cuando volví a ver, algo era distinto. Muy distinto.
—¿Qué… qué está pasando? —murmuró mi madre con una voz llena de pánico.
Ella —o la persona que ahora estaba en su cuerpo— se miraba las manos, luego su pecho, y se tocaba los pechos como si nunca los hubiera tenido. Sus ojos estaban llenos de un terror indescriptible.
—¡¿Qué diablos…?! —grité al levantarme.
En el cuerpo de mi padre, ahora estaba Doña Jimena, una mujer de 65 años. Pálida, temblorosa, jadeaba mientras intentaba articular palabras.
Yo… yo era el único que no había cambiado.
La televisión, al día siguiente, era una locura. El nuevo presentador —una joven de unos 21 años— intentaba mantener la compostura mientras leía el teleprompter.
—Buenos días. Soy… Francisco Sanes —dijo la chica con la voz temblorosa—. Sí, el Francisco Sanes. He… he cambiado de cuerpo, como muchos de ustedes.
El fenómeno fue clasificado como Intercambio Aleatorio Metacorporal. Un evento sin precedentes, sin explicación científica, sin patrón aparente. Las estadísticas preliminares mostraban algo curioso: el 72% de los casos habían implicado un intercambio con alguien del sexo opuesto. Las edades eran variables: niños en cuerpos de ancianos, ancianos en cuerpos de adolescentes, adultos atrapados en cuerpos de niños.
Las calles estaban llenas de personas desorientadas. Se improvisaron centros de identificación, listas cruzadas, entrevistas. Algunos intentaban aprovechar la situación: robos, engaños, chantajes. Otros simplemente se perdían en la desesperación.
Yo salí de casa. Necesitaba respuestas. Pero lo que encontré fue un mundo nuevo, uno completamente roto.
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P.D. Esta es una historia que rescatamos de un blog en el que solíamos colaborar.
Me encantan las historias del caos universal!
ResponderBorrarYa quiero parte 2 xd
Mas o menos recuerdo está historia, fue todo lo que se pudo recuperar?
ResponderBorrarInteresante
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